Los amigos de Thethreecontinental.org me invitaron a desgranar algunas ideas sobre la renegociación de la deuda Argentina. Aquí comparto Como "primicia" una parte del texto, que complementa la entrada de la semana pasada.
Pasamos revista aquí a las complicadas negociaciones con los acreedores privados, analizando la imposibilidad de mantener el servicio de la deuda tal comu fue programado, algunas debilidades de la estrategia Argentina y los puntos de apoyo para fortalecer el siguiente tramo de la negociación.
Nuevamente, Argentina nada entre las
turbulencias de una pesada crisis de la deuda. En un ciclo que parece eterno
desde el primer crédito en 1824, la piedra de Sísifo rueda otra vez hacia
abajo, arrasando todo a su paso. Los procesos de crisis y renegociación suelen
ser tan dinámicos, que el lector seguramente encontrará avejentadas las
reflexiones de este artículo, incluso cuando las lea el día de su publicación.
Sin embargo, es factible analizar algunos ejes estructurales que se sitúan al
costado del día a día. Trataremos de asumir ese desafío.
La problemática debe pensarse diferenciado
dos niveles entrelazados pero parcialmente independientes: la crisis económica
y la crisis de la deuda. El primero es la consecuencia de la política económica
seguida en los últimos cuatro años. Si bien al comienzo del gobierno de Macri
era perceptible un paulatino estancamiento y la reaparición de algunos
problemas estructurales, el giro en la política económica significo una clara
ruptura frente al pasado inmediato. El retorno de una política neoliberal, en
su forma “financiarizada periférica” (https://www.academia.edu/42455214/Neoliberalismo_inserción_internacional_y_financiarización_una_comparación_entre_Argentina_y_Portugal_Andrés_Musacchio_a) provocaron una grave depresión, una
burbuja especulativa y una aceleración de la fuga de capitales, un problema
estructural del país. Los ajustes que se fueron introduciendo sólo agravaron el
panorama.
Simultáneamente, se tomaron créditos de
manera descontrolada y sin vínculo con un modelo productivo. La financiación de
los crecientes déficit del Estado, el reconocimiento pleno de deudas dudosas
como las de los fondos buitres, el pago de deudas interestatales con créditos externos,
la esterilización de moneda con títulos públicos, la bicicleta financiera a
crédito y, finalmente, la financiación de la enorme fuga de capitales,
provocaron una explosión de la deuda interna y externa. Solamente la deuda del
gobierno central saltó del 52,6 al 88,8% del PBI entre 2025 y 2019. Según un
informe del Fondo Monetario internacional del mes de marzo, el Estado central
contabilizaba a fin de 2019 una deuda de 323.000 millones de dólares. De ellos,
un 41% corresponde a acreedores privados, 14 al FMI y 9% a otros acreedores
oficiales, siendo el 36% restante con agencias públicas.
Luego de un análisis de situación y de
postergar algunos pagos (algo que ya Macri había iniciado con su
“reperfilamiento), casi desde el inicio de 2020 el Ministerio de Economía
trabaja contra reloj para negociar el conjunto de pasivos. Contra la opinión de
algunos expertos, que sugerían sentar a todos los acreedores a una mesa común,
se decidió negociar separadamente con el FMI, los acreedores privados y el Club
de París (CP que incluye a los acreedores institucionales de los países
desarrollados).
Con el FMI se mantienen contactos
regulares y, aunque desde ambas partes se han producido varios guiños, aún no
se ha comunicado avances significativos. Con el CP se avecina una ríspida
negociación, que recién está despuntando. A los acreedores privados se les
ofreció una opción de reestructuración de deuda que abarca una porción
significativa de los pasivos.
La deuda es realmente impagable?
Los principales acreedores y muchos
economistas ortodoxos sostienen que la situación de la deuda argentina dista de
ser dramática, pues no implica un problema de solvencia sino de liquidez. Los
atrasos en los pagos y las reticencias a hacer los ajustes correspondientes
habrían asustado a los mercados financieros, que interrumpieron sus créditos al
país. El buen comportamiento sería una sencilla solución.
Tres argumentos desafían esta visión. En
primer lugar, ya a comienzos de 2018, mucho antes de la interrupción de algunos
pagos, el crédito se había interrumpido. Por ese motivo, el FMI asistió de
urgencia al gobierno de Macri con el crédito mas grande de su historia.
Paralelamente los capitales financieros salían ordenadamente, pues el gobierno
usaba ese crédito para atender las necesidades del mercado de divisas. Aunque
los estatutos del FMI no permiten el uso masivo de sus créditos para
estabilizar el mercado cambiario, en este caso sus autoridades tuvieron una
política contemplativa. Tampoco se analizó prolijamente si el Poder Ejecutivo
podía firmar un acuerdo sin autorización del Congreso, problema que hoy se
dirime en tribunales y podría derivar en la ilegalidad de lo actuado.
El FMI, un actor al que no le cabe la
sospecha de ser lobbysta de los deudores, advertía ya en su comunicado de
prensa del 19 de febrero que
“sobre la base del
análisis de la sostenibilidad de la deuda de julio de 2019, el personal del FMI
ahora evalúa que la deuda de Argentina no es sostenible... El superávit primario que se necesitaría para
reducir la deuda pública y las necesidades de financiamiento bruto a niveles
consistentes con un riesgo de refinanciamiento manejable y un crecimiento del
producto potencial satisfactorio no es económicamente ni políticamente
factible. En consecuencia, se requiere de una operación de deuda definitiva,
que genere una contribución apreciable de los acreedores privados, para ayudar
a restaurar la sostenibilidad de la deuda con una alta probabilidad.”
Un mes después, la Directora del Fondo,
Kristalina Giorgieva, reforzaba la idea sosteniendo en otro comunicado de
prensa oficial que
“El análisis del equipo técnico muestra que,
teniendo en cuenta la capacidad de servir deuda y el peso actual de la deuda
del país, será necesario un alivio substancial de los acreedores privados para
restablecer la sostenibilidad con alta probabilidad de la deuda. Alentamos a un
proceso de negociación colaborativo entre Argentina y sus acreedores privados
con el objetivo de alcanzar un acuerdo que conlleve una alta participación.”
El soporte de tales declaraciones es el
Technical assistance report 20/83, de marzo de 2020, que hace un exhaustivo
análisis de la situación macroeconómica del país y de la sustentabilidad de la
deuda.
También el gobierno argentino, en su
propuesta a los acreedores privados, expone un conjunto de indicadores básicos
que detallan las dificultades para sostener el servicio de la deuda. Entre
ellos, destaca para los próximos años necesidades fiscales que oscilan entre el
17 y el 22% del PBI sólo para el servicio de la deuda (niveles cercanos a los
de 2001), intereses que superan el 20% del gasto público, así como
insuficientes reservas de divisas en poder del Banco Central.
Los economistas ortodoxos, los acreedores
privados y algunos políticos y periodistas insisten en la idea de que en lugar
de renegociar la deuda, es preciso un drástico ajuste fiscal y de consumo en la
población, tal como ocurrió en países como Grecia, España y Portugal o, en
tiempos no muy lejanos, la propia Argentina. Sin embargo, en su propuesta, el
gobierno muestra convincentemente que el camino del ajuste ya se hizo y fue tan
doloroso como inefectivo. El gasto público del gobierno central se redujo entre
2015 y 2019 de un 25,3% del PBI a un 21,9. Neta de intereses de la deuda, la
reducción fue del 24,0% al 18,6% del PBI en el mismo lapso. La caída del PBI de
2,5% en 2018 y 2,1% en 2019 es otra muestra del severo ajuste. También los
indicadores sociales son contundentes: los salarios reales cayeron entre 2017 y
2019 un 13%, las jubilaciones mínimas un 21%, el salario promedio medido en
dólares un 42% y la tasa de desempleo creció 2,3 puntos porcentuales, llegando
al 10,6% de la PEA. Las personas bajo la línea de pobreza son ahora un 6,8%
más, alcanzando al 35,4% de la población. Con el despliegue del Covid-19 estos
indicadores se han profundizado aún mas.
Queda claro que bajo esas condiciones no
hay margen político no social para un ajuste mayor. Sin él, es imposible
generar recursos para el pago de la deuda. Pero incluso una profundización del
ajuste (la política de los dos últimos años del macrismo), la depresión y la
consiguiente caída de la recaudación tampoco permitirían servir la deuda. Por
eso, la renegociación es el único camino posible.
¿Que y como se negocia?
Como hemos dicho, tres frentes se
encuentran abiertos en materia de deuda externa (la inflada deuda interna
resulta un capítulo aparte). Con el FMI, el principal acreedor, se marcha a
paso lento, a la espera de que los otros dos frentes estén solucionados. La
relación se perfila en una tensa cordialidad, establecida a partir de un cambio
de percepción de la problemática por parte de las nuevas autoridades del fondo,
de la evaluación que muestra la insustentabilidad de la deuda y de un cuidado
extremo por parte del gobierno de no quebrar ningún puente con acciones bruscas
unilaterales. Esto último quedó demostrado con el pago de 320 millones de
dólares de intereses a comienzos de mayo, a pesar de que se había comunicado
hace tiempo que por el momento no estaba previsto realizar erogaciones
vinculadas a la deuda.
El nudo gordiano del problema es, en este
momento, la deuda en moneda extranjera con los acreedores privados. Para ello,
el 17 de abril el gobierno presentó una propuesta que abarca casi 65.000
millones de dólares, en parte compuesto por títulos emitidos en los últimos
cuatro años, pero también bonos del canje anterior. El ofrecimiento incluye una
moratoria de tres años, una extensión de los plazos, una pequeña quita del
capital de 5,4% y un fuerte recorte de intereses, mayor al 60%, que, de todas
formas, siguen siendo un 2,5% positivos, en un mercado con tasas virtualmente
nulas. Los bonistas rechazaron la propuesta y el plazo del canje se extendió
hasta el 22 de mayo. El problema es que, desde la perspectiva de la
sustentabilidad, la oferta no deja demasiado margen para la negociación. En ese
sentido, el gobierno parece estar pagando el precio de una estrategia poco
agresiva, que apuntaba a generar confianza.
Pensando una estrategia más áspera
A nuestro juicio, la intensión de
mostrarse confiable se plasmó en una estrategia excesivamente técnica y
cautelosa. Resulta indispensable recuperar la iniciativa política y avanzar de
forma más frontal. Argentina tiene poco que perder, pues aunque firme nuevos
compromisos, el mercado financiero permanecerá cerrado por mucho tiempo.
Con qué mecanismos de presión cuenta
Argentina? En primer lugar, la coyuntura internacional compleja es un apoyo
nada despreciable. El crecimiento del fenómeno global de endeudamiento y el
crecimiento de las cesaciones de pago recientes juegan a favor. Una crisis de
la deuda es hoy una posibilidad mucho más concreta, incluso que en 2008. Si un
deudor grande, como Argentina, se declara en bancarrota, la crisis se volverá
aún más palpable. El Covid-19 agravó el problema e impulsó al Fondo a acciones
concretas de reestructuración y apoyo, aunque aún limitadas a pequeños
deudores. Pero eso abre una nueva puerta.
También algunos grupos de economistas,
entre ellos uno motorizado por el Premio Nobel Joseph Stiglitz se han
manifestado claramente a favor de la renegociación de una deuda que es a todas
luces impagable.
Algunas organizaciones no gubernamentales
europeas y latinoamericanas también están conversando con funcionarios de
gobierno, tratando de ofrecer su expertise y su capacidad de mediación para que
las negociaciones lleguen a buen puerto.
Algunos miembros del Club demuestran su
interés por conocer cómo actuará China en las reestructuraciones de deuda. El
país asiático se ha convertido en un nuevo actor de peso en las finanzas
internacionales, pero aún no se ha estrenado en estas lides. Por eso, otros
actores desean tener un caso testigo que de pautas a futuro. Aunque en
principio Argentina no tiene a dicho país como un acreedor inmediato de gran
porte, no sería descabellado intentar sumarlo para generar ese caso testigo. La
estrategia, algo arriesgada, aflojaría especialmente en el Club una parte de
las resistencias.
En el caso de que las negociaciones se
estanquen, podría incluso intentarse una vieja opción utilizada por Indonesia
en 1969. En aquel momento, las dificultades ntre los acreedores para conciliar
sus propias estrategias económicas y políticas se destrabó recurriendo a un
mediador, que elaboró una propuesta aceptable para todas las partes. El
resultado fue un acuerdo que permitió resolver el problema. En el caso actual,
la estrategia argentina de negociar por bloques y la situación geopolítica muy
diferente complican la utilización de tal alternativa. Sin embargo, la
potencial crisis económica internacional y la eventual incorporación de China a
la mesa de negociaciones podrían generar un contexto favorable.
Resolver los problemas de fondo
Mientras se plantean nuevos escenarios,
sería importante avanzar también el la determinación de las responsabilidades
penales y de la legalidad de los créditos tomados en los últimos cuatro años.
Probablemente los resultados de tal investigación tengan poco efecto concreto
en los acuerdos con los acreedores, pero obligarían a futuros gobernantes a
actuar con mayor responsabilidad. Si los acreedores exigen transparencia, sería
interesante poner el foco sobre las redes de corrupción locales y los lazos con
los grupos externos y con funcionarios de organismos internacionales. La vieja
investigación del Juez Ballesteros sobre la deuda contraída por la dictadura
amerita un nuevo proceso, pero evitando que prescriban las acciones como
ocurrió en aquel entonces.
De la misma forma, es preciso evitar la
gestación de nuevas burbujas especulativas financieras. Esto exige, claro, una
compleja política económica y productiva. El comienzo es la estricta revisión
de la liberalización financiera y la libre movilidad de capitales.
Habitualmente se afirma que, de esa manera, Argentina bloquearía la llegada de
las inversiones necesarias para el desarrollo. Dos argumentos contradicen tal
afirmación. En primer lugar, se trata de golpear al proceso de
financiarización, pero dejando espació al desarrollo de proyectos productivos.
El segundo argumento es más relevante: en el último medio siglo, la salida de
recursos (por la vía del pago del servicio de la deuda, la fuga de capitales,
las remisiones de utilidades especialmente del capital financiero y por quienes
explotan masivamente recursos naturales, regalías y otros conceptos) fueron muy
superiores a los ingresos. Es decir, Argentina es un exportador neto de
excedentes y su problema fundamental es cómo retenerlos más que cómo atraer
recursos externos. Por eso, un estricto control de capitales orientado hacia la
movilización y hacia la reinversión interna es el primer gran paso para resolver
a largo plazo la cuestión de la deuda.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario