martes, 5 de mayo de 2020

¿El Coronavirus está mandando al capitalismo a terapia intensiva?


La pandemia provocó una enorme recesión. Sin Embargo, no todos perdieron. ¿Quienes se fortalecieron? ¿Qué futuro nos espera?

En las últimas semanas, mucho se ha debatido sobre el futuro del capitalismo cuando pase la pandemia de Coronavirus. En foros virtuales (como el recomendable Social Europe) o en revistas especializadas como, por caso, la francesa Alternatives Economiques, se multiplican hoy encarnizadas discusiones. Filósofos, cientistas sociales, futurólogos y chantunes de feria intentan desentrañar los profundos efectos que la epidemia y las políticas para combatirla están causando sobre la(s) sociedad(es). En trazos gruesos, las polémicas tratan de descubrir algunos cambios trascendentales que la epidemia nos dejará cuando sea sólo un triste recuerdo. Y las interpretaciones no pueden ser mas disímiles! Algunos creen ver el inicio de un nuevo ciclo  revolucionario hacia una sociedad mejor. Otros, en cambio, ya observan la profundización de los rasgos más cuestionables y asociales del capitalismo neoliberal, imposibles de domesticar.


La profusión de argumentos para fundar las apreciaciones contrasta con una perspectiva mayormente pobre en estructuras analíticas, así como una curiosa falta de perspectiva histórica. No pretendemos en pocas líneas cubrir ese vacío, aunque sí dar algunas pistas para un análisis más profundo. Para ello, es recomendable partir de los fundamentos básicos de las ciencias sociales. Hace ya mucho tiempo, algunos autores clasicos insistían en que la buena práctica académica obligaba a distinguir e integrar dos niveles igualmente relevantes: el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones sociales de producción. Del juego entre ambos emana la la dinámica social. La precisión en esos dos procesos es la que más se echa de menos en los análisis. ¿Pero cómo influyen en lo que vendrá? Veamos algunas tendencias.



¿Quiénes están ganando?

La mayoría de los gobiernos de los países afectados por la epidemia reaccionó, con mas o menos radicalidad, de manera similar. Decretaron una cuarentena, que mantiene funcionando los servicios escenciales y recomienda u obliga a la mayor parte de la población a permanecer en sus hogares (por supuesto, cundo los tuvieren). Esto ha provocado una inmediata recesión, una dramática caida de la producción, un colapso financiero. Las pérdidas económicas ascienden a cifras incalculables y condenan al colapso de 2008 a ser reducido a casi una caricatura.

Sin embargo, no todos estan perdiendo. Para algunas empresas, para algunos sectores, la crisis está resultando una enorme fuente de ganancias y crecimiento. Piense usted conmigo: ¿donde va la gente cuando llueve? ¿Que hacen les muchaches cuarentena? En primer lugar, se deprimen un poco. Y recurren a alguna plataforma online de apoyo sicológico. O se encuentran con sus amigos en Facebook, TipTop, Zoom, Skype u otra red social. Pero claro, la vida sigue y hay que limpiar la casa, comer, arreglar el depósito del baño... Como lo mejor es no salir, pedimos comida con la app de Morfirapp, compramos por internet el flotante, el líquido para pisos y, ya que estamos, dos camisetas del 8 de Atlanta, para alegrar a Fantine. Aburridos, invocamos en GoogleChrome el Página, jugamos al scrabble con alguien de Olavarría y hacemos 23 niveles de Candy Crush. Y claro, comemos, engordamos, nos da culpa y por suerte en cada página de internet que abrimos nos aparece una publicidad de bicicletas fijas, que de tan insistente nos convence de las bondades de hacer deportes frente a la tele. Repasemos: Google, Amazon, Facebook, Apple... las cada día más famosas “GAFA” y otras plataformas aledañas o locales!

Los reportes económicos muestran que mientras buena parte de la economía mundial se hunde, los enormes consorcios de la economía digital trabajan como nunca. Aunque las cifras no son coincidentes, todos apuntan que desde la aparición del Coronavirus, las ventas de plataformas como Amazon explotaron. De Google o de Facebook se sabe menos, porque su negocio es menos visible: la venta de datos de usuarios y publicidad. Pero como todo el mundo webea, es claro su avance. Lo mismo ocurre con los delivery de comidas, de medicamentos y de fantasías a domicilio. También se encuentran bien posicionadas las emeprsas que admiten home-office. Qienes trabajamos bajo esa modalidad sabemos que mayormente la jornada de trabajo resulta sutilmente más larga y más intensa que en la “office-office”.

En un artículo académico reciente, planteaba este escriba algunos cambios que la economía digital está introduciendo en el mundo del trabajo (para quien le interese, ver https://www.academia.edu/37171053/Neoliberalismo_y_después_Un_nuevo_modelo_en_formación_Idehesi-UBA_Conicet). Estos cambios no auguran un futuro mejor. En prieta síntesis, la economía digital impulsa una creciente precarización del empleo; explotación de trabajo gratuito (cuando Facebook o Google venden sus datos para campañas publicitarias, es usted mismo el encargado de cargarlos); explotación creciente de la psiquis; difuminación del límite entre trabajo y ocio, extendiendo imperceptiblemente la jornada de tarabajo; descalificación del trabajo creativo. La hipótesis del trabajo es que nos encontraríamos en un potencial sendero de salida del neoliberalismo, hacia una variante del capitalismo mucho peor.

Un elemento adicional es, como lo ha bautizado el best-seller de Shoshana Zuboff, el desarrollo de un capitalismo de vigilancia. Las plataformas de comunicación, la captura de nuestro datos y hasta la penetración en nuestros mecanismos de pensamiento, nos someten a una vigilancia cada día más fuerte y perceptible, que comienza en la publicidad para que consumamos determinado producto y termina, Cambridge Analytica mediante, en el control político.

No sólo eso. Las plataformas digitales suelen sustentarse en dos tendencias muy firmes. Por un lado, una perspectiva de ganancas extraordinarias de corto plazo, al mejor estilo del capital financiero especulativo. Por elotro, una tendencia a la concenteación monopólica. Un sociólogo alemán, Philipp Staab, observa que buena parte de las empresas digitales son, simplemente intermediarias entre el productor de un bien o servicio y el consumidor. Su carácter monopólico las convierte en el mercado. Es decir, ya no estamos en una economía en la que el mercado como concepto abstracto (el martillero walrasiano, diríamos los economistas) arbitra entre empresas y familias. Esa función es asumida por una empresa-mercado, capaz de imponer sus condiciones a oferentes y demandantes... y juntarles la cabeza a ambos.

Estas economías de plataforma necesitan individuos fragmentados, escindidos de la sociedad y anclados al mundo virtual; justo lo que provoca el aislamiento social! Por ende, no es curioso que los ganadores sean ellos. El problema es que la nueva situación, aunque temporaria, genera cambios en los comportamientos sociales, en las relaciones de poder, en la acumulación de capital y en la matriz de negocios que consolida el modelo en ciernes.


Las contradicciones de nuestro tiempo

El nuevo desarrollo de las fuerzas productivas tiene, como vemos, un impactoeconómico- social claramente negativo. Una parte de la trama de relaciones se vuelve cada día más favorable a un pequeño grupo de conglomerados. Grupos que tienen, además débiles vínculos territoriales. En general, su presencia etérea les permite, por un lado, escapar a muchas regulaciones nacionales, especialmente en campos como el laboral o en el manejo de datos e información. Por otra parte, también les facilita la elusión de las cargas impositivas. Por eso, el panorama de ganadores y perdedores con la crisis sanitaria también golpea a los estados en su capacidad de recaudación.

¿Pero entonces no quedan ya esperanzas? En general, el mundo nunca es tan lineal. La correlación de furzas se está desequilibrando, por supuesto. Pero también surgen algunos contrapoderes. Quienes ven el tránsito hacia un mundo mejor insisten en que la crisis impulsó una recuperación parcial de las funciones del Estado, que se venían deshilachando desde hace décadas. En la emergencia, los sistemas sanitarios privados no pudieron reaccionar adecuadamente y la atención y prevención quedó a cargo de los Estados. También descubrió el velo sobre los grupos más vulnerables de la población que, curiosamente, eran muchisisisisimo más grandes de lo que los formadores de opinión pública contaban, incluso en los países más desarrollados. Los estados debieron también actuar para evitar una crisis social sin precedentes. Los sistemas de investigación científica y tecnológica pública resultan una pieza clave: cómo manejar una epidemia desde el punto de vista médico-sanitaro, pero también como sostener psiquica y socialmente a grandes grupos de personas en cuarentena (las ciencias sociales tenían una utilidad a fin de cuentas!); cómo reorganizar los sistemas educativos de manera virtual; etc.

Una conclusión clara es que los sistemas coordinados y organizados por el sector público, el llamado “Estado de bienestar” regresó en términos de acción y en términosde consenso. Pocas voces se animan hoy a denostarlo como un actor central en la estructuración y el sostenimiento de las sociedades. En ese contexto, se puede formular la pregunta que quienes analizan críticamente los avances de una digitalización a ultranza se vienen haciendo desde hace tiempo: ¿cómo regular a los conglomerados digitales? Algunos de los campos que necesitan regulación están claros en las líneas precedentes: una regulación de las relaciones/condiciones laborales; una carga impositiva similar a la del resto de la sociedad; control en el manejo de los datos y la información, incluyendo aspectos vinculados a la seguridad; control del abuso de posiciones monopólicas u oligopólicas; control de normas sanitarias, incluyendo en cuidado de la psiquis; regulacion de los flujos comerciales bajo normativas nacionales, cuidado del medio-ambiente y de las necesidades emergentes de políticas del desarrollo. La lista, claro, no se agota allí.

Lo que se clarifica con el impacto del coronavirus es, pues, la exisitencia y profundización de un campo de tensión entre la dinámica técnica-económica, por un lado, y las necesidades y el desarrollo social por el otro. El tamaño y la difuminación de la presencia geográfica de uno de los polos en pugna pone en el centro, además, la cuestión de las relaciones internacionales. Difícilmente un país pueda moverle el amperímetro a los consorcios digitales. Una regulación efectiva sólo es posible a partir de acuerdos mínimos entre estados a nivel regional y mundial. Esos acuerdos deberían articular las necesidades y las recuperadas atribuciones de los estados, una perspectiva internacional más consistente con el desarrollo social y la competencia que aún persiste en el campo de la digitalización. Tomemos como ejemplo el comercio digital: la firma norteamericana Amazon, por ejemplo, no está sólo en este mundo. Otros conglomerados, como la china Alibaba, le disputan la presencia territorial. La competencia es diferente a la de los manuales, igual que el rol que en ella juegan los Estados. Pero deja espacios para regularla.

La confrontación plantea así desafíos no sólo económicos, sino también estratégicos. Pero, como toda confrontación, abre brechas por las que pueden filtrarse acciones y reacciones de sectores con menor poder relativo. Existen caminos de ripio por los que las sociedades aún pueden influir en un tiempo de marcadas ransformaciones. El Coronavirus tiene como aspecto positivo clarificar los debates y las pugnas que ya estaban planteadas veladamente. Queda, sin embargo, sacar las conclusiones adecuadas y aprovechar el contexto para actuar rápidamente. La condición es hacer una lectura pertinente de las tendencias en desarrollo.

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