Luego
de una cuarentena de las más estrictas, Alemania empieza a moverse
rápidamente hacia la apertura. Lejos parece haber quedado el lema de
Merkel “ningún experimento”. De hecho, muy lejos parece haber
quedado la propia Merkel, con el avance de los poderes provinciales,
cuyos gobernadores son actores territoriales fundamentales para
marcar el ritmo de la apertura en cada región.
Varios
debates se abrieron en las últimas semanas, algunos más relevantes
que otros. Pero hay uno que resulta fundamental: detrás de la crisis
sanitaria se despliega una crisis económica que algunos suponen
mucho peor que la de 1929. Pero, detrás de ella, también se
agiganta la crisis ecológica. ¿Cómo abordar las dos -o las tres-
problemáticas? ¿Se debe avanzar paso a paso o es posible abordarlas
simultáneamente? El debate es particularmente relevante, porque no
sólo se circunscribe a Alemania, sino que marca algunas pautas para
otros países, para otras regiones.
En
un excelente artículo para el semanario Der Freitag (El Viernes), el
politólogo Albrecht von Lucke aborda la cuestión en un artículo
denominado “La hora de los lobbystas”. Señala en él el peso que
han ganado en los últimos días los grandes conglomerados
económicos, que operan entre bambalinas, presionando a los gobiernos
provinciales, buscando medidas de salvataje y de reactivación. Nada
muy diferente a lo que ocurre en otros lugares del mundo.
La
diferencia, si la hay, es que el grado de concientización de una
porción importante de la población alemana en lo relativo a la
gravedad del cambio climático se había convertido en una fuerza
interesante para arrancar algunas concesiones del poder político y
económico. En los años previos al Covid-19, algunos pasos concretos
se encadenaron como soporte de la idea que afirmamos. Desde el avance
del Partido Verde (aunque cada vez más verde claro) como posible
alternativa de gobierno, hasta la planificación del final de la
energía atómica o carbonífera, pasando por mayores controles en el
sector de alimentos, por ejemplo, muestran un panorama algo menos
malo que en buena parte del mundo. Nada radical, por supuesto, pero
al menos alguna permeabilidad al problema y algunas ideas gruesas del
camino.
Pues
bien, el Covid-19 mandó a su casa a muchos actores como los Fryday
for Future, Mientras tanto, se fortalecen algunos sectores
empresariales que presionan en sentido contrario, como el lobby
automotriz.
¿Cara
o ceca?
En
ese contexto se despliega el debate sobre cómo configurar la
política para salir de la cuarentena, asumiendo que esta última no
volverá, ni siquiera ante un rebrote de la epidemia. Dos grandes
posiciones se recortan con claridad. Por un lado, la perspectiva de
que es necesario evitar a toda costa que se profundice la depresión.
Para ello, es preciso que el Estado otorgue los incentivos adecuados,
sin demasiada atención en cuestiones estructurales como el cambio
climático. Mencionábamos recién el sector automotriz, un caso
testigo para el análisis del problema. Las grandes compañías
automotrices exigen un programa estatal de fomento a la compra de
automóviles, acelerando la obsolescencia del parque automotriz
existente. Al estilo de la política implementada luego de la crisis
de 2008, debería financiarse una renovación del parque automotriz
sin condicionamientos como piedra angular de la salida de la crisis
económica. Para la crisis climática ya habrá tiempo más adelante.
Atrás parecería haber quedado la polémica por la gran estafa que
por entonces pergeñaron las empresas automotrices, adulterando los
resultados de los test de impacto ambiental de los automotores
diesel.
Desde
la otra vereda, desde las organizaciones ambientalistas y desde
algunos sectores intelectuales, se insiste en lo oportuno de trazar
un plan que ataque de manera conjunta la depresión y la problemática
ambiental. Un programa de rescate del sector automotriz, por ejemplo,
debería ser acompañado por una reconversión que acelerara la
salida del mercado de los automotores a combustión de carburantes
fósiles. Así, la recuperación económica se haría mas lenta pero
también más sustentable.
Desde
una perspectiva más amplia, muchos hacen notar que parte de la
depresión es un derivado de una reducción del consumo que, si bien
fue forzada, también puso de manifiesto que se puede prescindir de
una parte del consumo habitual, meramente superfluo. Esta sería la
parte positiva de coronavirus, a pesar del drama que significó y
significa. La política razonable sería, entonces, aprovechar la
situación para fomentar el consumo responsable.
Varios
conceptos comienzan a discutirse sobre esa base, como el del
bienestar temporal que -inspirado en el modelo del buen vivir
ecuatoriano-, plantea el cientista social Hans-Jürgen Burchardt. La
pandémia permite poner el acento en la importancia superlativa de la
recuperación de los “bienes relacionales”, lo cual implica un
cambio significativo en las prioridades y las discusiones, incluso
para las políticas públicas. La fortificación de la
infraestructura social y la discusión de algunos basamentos del
capitalismo actuales, como las formas de propiedad o el derecho a la
coparticipación en las decisiones podrían derivar en un giro
positivo de la sociedad, apuntalando las redes del bien común en el
marco de nuevos modelos temporales de trabajo.
La
balanza parece, sin embargo, inclinarse hacia el otro lado, hacia las
reclamaciones de los grandes consorcios. Pero nadie sugiere que el
cambio ocurra por generación espontánea. En última instancia, se
trata de un balance político. Y si la pandémia ha fortalecido a
algunos grupos económicos, especialmente los vinculados con el
sector financiero y la economía digital, también a permitido
redescubrir el poder del Estado y una trama de relaciones sociales y
familiares que sirven de contrapeso. En este punto, mostrar los
debates es útil para perfilar los caminos de lucha política que
abre el mundo de la postcorona. Aunque se juega una partida con
cartas marcadas, aún queda mucho por jugarse.
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