martes, 19 de mayo de 2020

¿Como salimos del Corona? Algunos debates en Alemania


Luego de una cuarentena de las más estrictas, Alemania empieza a moverse rápidamente hacia la apertura. Lejos parece haber quedado el lema de Merkel “ningún experimento”. De hecho, muy lejos parece haber quedado la propia Merkel, con el avance de los poderes provinciales, cuyos gobernadores son actores territoriales fundamentales para marcar el ritmo de la apertura en cada región.
Varios debates se abrieron en las últimas semanas, algunos más relevantes que otros. Pero hay uno que resulta fundamental: detrás de la crisis sanitaria se despliega una crisis económica que algunos suponen mucho peor que la de 1929. Pero, detrás de ella, también se agiganta la crisis ecológica. ¿Cómo abordar las dos -o las tres- problemáticas? ¿Se debe avanzar paso a paso o es posible abordarlas simultáneamente? El debate es particularmente relevante, porque no sólo se circunscribe a Alemania, sino que marca algunas pautas para otros países, para otras regiones.
En un excelente artículo para el semanario Der Freitag (El Viernes), el politólogo Albrecht von Lucke aborda la cuestión en un artículo denominado “La hora de los lobbystas”. Señala en él el peso que han ganado en los últimos días los grandes conglomerados económicos, que operan entre bambalinas, presionando a los gobiernos provinciales, buscando medidas de salvataje y de reactivación. Nada muy diferente a lo que ocurre en otros lugares del mundo.
La diferencia, si la hay, es que el grado de concientización de una porción importante de la población alemana en lo relativo a la gravedad del cambio climático se había convertido en una fuerza interesante para arrancar algunas concesiones del poder político y económico. En los años previos al Covid-19, algunos pasos concretos se encadenaron como soporte de la idea que afirmamos. Desde el avance del Partido Verde (aunque cada vez más verde claro) como posible alternativa de gobierno, hasta la planificación del final de la energía atómica o carbonífera, pasando por mayores controles en el sector de alimentos, por ejemplo, muestran un panorama algo menos malo que en buena parte del mundo. Nada radical, por supuesto, pero al menos alguna permeabilidad al problema y algunas ideas gruesas del camino.
Pues bien, el Covid-19 mandó a su casa a muchos actores como los Fryday for Future, Mientras tanto, se fortalecen algunos sectores empresariales que presionan en sentido contrario, como el lobby automotriz.

¿Cara o ceca?
En ese contexto se despliega el debate sobre cómo configurar la política para salir de la cuarentena, asumiendo que esta última no volverá, ni siquiera ante un rebrote de la epidemia. Dos grandes posiciones se recortan con claridad. Por un lado, la perspectiva de que es necesario evitar a toda costa que se profundice la depresión. Para ello, es preciso que el Estado otorgue los incentivos adecuados, sin demasiada atención en cuestiones estructurales como el cambio climático. Mencionábamos recién el sector automotriz, un caso testigo para el análisis del problema. Las grandes compañías automotrices exigen un programa estatal de fomento a la compra de automóviles, acelerando la obsolescencia del parque automotriz existente. Al estilo de la política implementada luego de la crisis de 2008, debería financiarse una renovación del parque automotriz sin condicionamientos como piedra angular de la salida de la crisis económica. Para la crisis climática ya habrá tiempo más adelante. Atrás parecería haber quedado la polémica por la gran estafa que por entonces pergeñaron las empresas automotrices, adulterando los resultados de los test de impacto ambiental de los automotores diesel.
Desde la otra vereda, desde las organizaciones ambientalistas y desde algunos sectores intelectuales, se insiste en lo oportuno de trazar un plan que ataque de manera conjunta la depresión y la problemática ambiental. Un programa de rescate del sector automotriz, por ejemplo, debería ser acompañado por una reconversión que acelerara la salida del mercado de los automotores a combustión de carburantes fósiles. Así, la recuperación económica se haría mas lenta pero también más sustentable.
Desde una perspectiva más amplia, muchos hacen notar que parte de la depresión es un derivado de una reducción del consumo que, si bien fue forzada, también puso de manifiesto que se puede prescindir de una parte del consumo habitual, meramente superfluo. Esta sería la parte positiva de coronavirus, a pesar del drama que significó y significa. La política razonable sería, entonces, aprovechar la situación para fomentar el consumo responsable.
Varios conceptos comienzan a discutirse sobre esa base, como el del bienestar temporal que -inspirado en el modelo del buen vivir ecuatoriano-, plantea el cientista social Hans-Jürgen Burchardt. La pandémia permite poner el acento en la importancia superlativa de la recuperación de los “bienes relacionales”, lo cual implica un cambio significativo en las prioridades y las discusiones, incluso para las políticas públicas. La fortificación de la infraestructura social y la discusión de algunos basamentos del capitalismo actuales, como las formas de propiedad o el derecho a la coparticipación en las decisiones podrían derivar en un giro positivo de la sociedad, apuntalando las redes del bien común en el marco de nuevos modelos temporales de trabajo.
La balanza parece, sin embargo, inclinarse hacia el otro lado, hacia las reclamaciones de los grandes consorcios. Pero nadie sugiere que el cambio ocurra por generación espontánea. En última instancia, se trata de un balance político. Y si la pandémia ha fortalecido a algunos grupos económicos, especialmente los vinculados con el sector financiero y la economía digital, también a permitido redescubrir el poder del Estado y una trama de relaciones sociales y familiares que sirven de contrapeso. En este punto, mostrar los debates es útil para perfilar los caminos de lucha política que abre el mundo de la postcorona. Aunque se juega una partida con cartas marcadas, aún queda mucho por jugarse.

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