El
mundo se ha visto sorprendido con el lanzamiento de un nuevo cohete
tripulado,el SpaceX, hacia la estación espacial internacional. No
es, por supuesto, la primera vez que ocurre, pero sí la primera en
la que algunas empresas privadas adquieren un papel tan notorio. Los
diarios recogen como moraleja lo histórico del momento: comienza la
era en la que vacacionar en el espacio infinito será posible. Por
supuesto, solo para menos del 0,5% de la población.
¿Pero
esa es la lectura principal que debe hacerse? ¿Es eso lo relevante?.
En las próximas líneas sostendremos lo contrario.
En
realidad, lo importante para la discusión son, en este caso, las
líneas de continuidad y no las de ruptura. Si Elon Musk es capaz de
vender escaleras al cielo, y si Goyo Pérez Companc le compra una, no
importa demasiado para la humanidad. Lo que sí importa es el
conjunto de cambios tecnológicos que el lanzamiento presupone. Y, en
especial, el contexto en el que esos cambios se producen.
El
mundo se ha visto sorprendido con el lanzamiento de un nuevo cohete
tripulado,el SpaceX, hacia la estación espacial internacional. No
es, por supuesto, la primera vez que ocurre, pero sí la primera en
la que algunas empresas privadas adquieren un papel tan notorio. Los
diarios recogen como moraleja lo histórico del momento: comienza la
era en la que vacacionar en el espacio infinito será posible. Por
supuesto, solo para menos del 0,5% de la población.
¿Pero
esa es la lectura principal que debe hacerse? ¿Es eso lo relevante?.
En las próximas líneas sostendremos lo contrario.
En
realidad, lo importante para la discusión son, en este caso, las
líneas de continuidad y no las de ruptura. Si Elon Musk es capaz de
vender escaleras al cielo, y si Goyo Pérez Companc le compra una, no
importa demasiado para la humanidad. Lo que sí importa es el
conjunto de cambios tecnológicos que el lanzamiento presupone. Y, en
especial, el contexto en el que esos cambios se producen.
El
folklore neoliberal nos tiene acostumbrados a coloridas historias de
vida de nerds que, casi sin recursos y con grandes ideas y sueños,
lograron pasar de empresitas en el garaje de sus padres a comandar
multinacionales pulenta. Sin embargo, un relato más fiel a los
hechos históricos nos muestran siempre la presencia de un actor
central como condición indispensable: el Estado. Detrás del sueño
de Musk está la NASA que, según un gran diario argentino, invirtió
en el proyecto más de 3.000 millones de dólares. Detrás del
desarrollo de la aeronavegación privada están los grandes proyectos
militares. Detrás de Steve Jobs o de Bill Gates hay enormes
proyectos estatales del Pentágono, la NASA o las universidades.
Suelo
recomendarles a mis alumnos que, como ejercicio, ingresen a la página
de Boeing (https://www.boeing.com/).
Allí resulta interesante comprobar que lo más nutrido de
la firma
no se encuentra en los modelos de aviones comerciales, sino en la
enorme amplitud de aviones para la defensa
desarrollados en conjunto con el Estado. Dicho sea de paso, también
en el SpaceX, está involucrado Boeing como
actor principal.
A
primera vista, pues, parecería que la idea de que el desarrollo
capitalista no se sostiene en empresarios que ponen en riesgo su
capital para desarrollar sus ideas geniales y las sostienen en
modelos exitosos de negocios. La sombra del Estado como financiador
en última instancia se ve, difusa pero firme, en el respaldo. Y
efectivamente ese panorama refleja mejor el desarrollo de las fuerzas
productivas al menos desde principios del siglo XX, si no desde
bastante antes.
Por
supuesto, para algunos analistas algo más finos no ha pasado
desapercibido. No por casualidad, economistas como John Kenneth
Galbraith insistían en el rol del “complejo militar industrial”
como el motor de la transformación económica de los Estados Unidos.
El despliegue de la maquinaria militar del Estado norteamericano
requería (y aún lo sigue haciendo) un proceso permanente de cambio
tecnológico y de concepción de nuevos armamentos. Estos se
desarrollan en una cooperación estrecha con empresas privadas, que
reciben para ello enormes masas de recursos. Las innovaciones,
financiadas por el Estado y desarrolladas en cooperación con
organismos estatales, son trasladadas luego por esas empresas al
campo civil para su utilización en producción de bienes de consumo
privados. El experto en relaciones internacionales holandés Kees van
der Pijl nos relata minuciosamente como el proyecto “Guerra de las
Galaxias” del Presidente norteamericano Ronald Reagen estaba
asociado también a un relanzamiento de la competitividad de los
conglomerados privados norteamericanos, por entonces desafiados por
Japón y Alemania.
En
esa línea, el reciente libro de Mariana Mazzucato nos propone bucear
en “El capital del Estado”, una historia diferente de innovación
y crecimiento, en la que sistematiza de manera muy convincente y
empíricamente bien fundada la forma en la que el proceso de
desarrollo se sustenta en estados que asumen la parte esencial del
liderazgo, absorben los riesgos y ponen a disposición el
financiamineto escencial. La generación de conocimientos, a su vez,
no sólo ocurre en las empresas privadas, sino en un proceso de labor
conjunta con organismos públicos.
No
siempre, por supuesto, está el desarrollo bélico en el trasfondo.
Alemania no necesitó de una poderosa maquinaria militar para
justificar su programa de energía atómica, clave en una etapa
crucial de su desarrollo. La actividad estatal civil puede ser una
palanca igual de poderosa.
La
historia no es desconocida para Argentina, cuyos avances estuvieron
fundados en más de una oportunidad a esa articulación virtuosa con
el Estado. Innumerables ejemplos en el sector industrial sostienen
esta idea. Pero tomemos un campo menos evidente: el del sector
agropecuario. Un sector que se sustenta, por supuesto, en la calidad
de las tierras y las habilidades del gaucho. Además, en la mano
férrea del patrón que no permite la distracción de recursos
levantándose tarde o mandando a los niños a la escuela. Pero
también en la incorporación de insumos cuya fabricación reposa en
empresas públicas como YPF. Y, especialmente, en los desarrollos
científicos y tecnológicos de instituciones estatales como el INTA,
el INTI o el Conicet, cuyo aporte al desarrollo agropecuario han sido
capitales.
La
diferencia con lo ocurrido en los Estados Unidos es también clara y
salta a la vista. Pero no se debe, como recoge la historia
tradicional, al dirigismo estatista argentino, sino a la falta de
continuidad en las políticas de desarrollo, a una baja coordinación
de los organismos estatales con las universidades y las empresas
privadas, a la falta de un proyecto integral de desarrollo armónico
de las fuerzas productivas.
En
última instancia, procesos como el SpaceX nos muestran una
interrelación política muy estrecha entre el Estado y las elites.
Una interrelación que en Argentina siempre fue socavada por la falta
de sentido productivo de largo plazo por parte de los sectores
dominantes. La diferencia de miras es clara: mientras Musk quiere
llevar a la elite norteamericana a vacacionar en Marte, la elite
argentina añora en su cuarentena a su querida Punta del Este.

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