domingo, 31 de mayo de 2020

Del SpaceX, el turismo en Marte y los procesos terrícolas


 
El mundo se ha visto sorprendido con el lanzamiento de un nuevo cohete tripulado,el SpaceX, hacia la estación espacial internacional. No es, por supuesto, la primera vez que ocurre, pero sí la primera en la que algunas empresas privadas adquieren un papel tan notorio. Los diarios recogen como moraleja lo histórico del momento: comienza la era en la que vacacionar en el espacio infinito será posible. Por supuesto, solo para menos del 0,5% de la población.
¿Pero esa es la lectura principal que debe hacerse? ¿Es eso lo relevante?. En las próximas líneas sostendremos lo contrario.
En realidad, lo importante para la discusión son, en este caso, las líneas de continuidad y no las de ruptura. Si Elon Musk es capaz de vender escaleras al cielo, y si Goyo Pérez Companc le compra una, no importa demasiado para la humanidad. Lo que sí importa es el conjunto de cambios tecnológicos que el lanzamiento presupone. Y, en especial, el contexto en el que esos cambios se producen. 

El mundo se ha visto sorprendido con el lanzamiento de un nuevo cohete tripulado,el SpaceX, hacia la estación espacial internacional. No es, por supuesto, la primera vez que ocurre, pero sí la primera en la que algunas empresas privadas adquieren un papel tan notorio. Los diarios recogen como moraleja lo histórico del momento: comienza la era en la que vacacionar en el espacio infinito será posible. Por supuesto, solo para menos del 0,5% de la población.
¿Pero esa es la lectura principal que debe hacerse? ¿Es eso lo relevante?. En las próximas líneas sostendremos lo contrario.
En realidad, lo importante para la discusión son, en este caso, las líneas de continuidad y no las de ruptura. Si Elon Musk es capaz de vender escaleras al cielo, y si Goyo Pérez Companc le compra una, no importa demasiado para la humanidad. Lo que sí importa es el conjunto de cambios tecnológicos que el lanzamiento presupone. Y, en especial, el contexto en el que esos cambios se producen.
El folklore neoliberal nos tiene acostumbrados a coloridas historias de vida de nerds que, casi sin recursos y con grandes ideas y sueños, lograron pasar de empresitas en el garaje de sus padres a comandar multinacionales pulenta. Sin embargo, un relato más fiel a los hechos históricos nos muestran siempre la presencia de un actor central como condición indispensable: el Estado. Detrás del sueño de Musk está la NASA que, según un gran diario argentino, invirtió en el proyecto más de 3.000 millones de dólares. Detrás del desarrollo de la aeronavegación privada están los grandes proyectos militares. Detrás de Steve Jobs o de Bill Gates hay enormes proyectos estatales del Pentágono, la NASA o las universidades.
Suelo recomendarles a mis alumnos que, como ejercicio, ingresen a la página de Boeing (https://www.boeing.com/). Allí resulta interesante comprobar que lo más nutrido de la firma no se encuentra en los modelos de aviones comerciales, sino en la enorme amplitud de aviones para la defensa desarrollados en conjunto con el Estado. Dicho sea de paso, también en el SpaceX, está involucrado Boeing como actor principal.
A primera vista, pues, parecería que la idea de que el desarrollo capitalista no se sostiene en empresarios que ponen en riesgo su capital para desarrollar sus ideas geniales y las sostienen en modelos exitosos de negocios. La sombra del Estado como financiador en última instancia se ve, difusa pero firme, en el respaldo. Y efectivamente ese panorama refleja mejor el desarrollo de las fuerzas productivas al menos desde principios del siglo XX, si no desde bastante antes.
Por supuesto, para algunos analistas algo más finos no ha pasado desapercibido. No por casualidad, economistas como John Kenneth Galbraith insistían en el rol del “complejo militar industrial” como el motor de la transformación económica de los Estados Unidos. El despliegue de la maquinaria militar del Estado norteamericano requería (y aún lo sigue haciendo) un proceso permanente de cambio tecnológico y de concepción de nuevos armamentos. Estos se desarrollan en una cooperación estrecha con empresas privadas, que reciben para ello enormes masas de recursos. Las innovaciones, financiadas por el Estado y desarrolladas en cooperación con organismos estatales, son trasladadas luego por esas empresas al campo civil para su utilización en producción de bienes de consumo privados. El experto en relaciones internacionales holandés Kees van der Pijl nos relata minuciosamente como el proyecto “Guerra de las Galaxias” del Presidente norteamericano Ronald Reagen estaba asociado también a un relanzamiento de la competitividad de los conglomerados privados norteamericanos, por entonces desafiados por Japón y Alemania.
En esa línea, el reciente libro de Mariana Mazzucato nos propone bucear en “El capital del Estado”, una historia diferente de innovación y crecimiento, en la que sistematiza de manera muy convincente y empíricamente bien fundada la forma en la que el proceso de desarrollo se sustenta en estados que asumen la parte esencial del liderazgo, absorben los riesgos y ponen a disposición el financiamineto escencial. La generación de conocimientos, a su vez, no sólo ocurre en las empresas privadas, sino en un proceso de labor conjunta con organismos públicos.
No siempre, por supuesto, está el desarrollo bélico en el trasfondo. Alemania no necesitó de una poderosa maquinaria militar para justificar su programa de energía atómica, clave en una etapa crucial de su desarrollo. La actividad estatal civil puede ser una palanca igual de poderosa.
La historia no es desconocida para Argentina, cuyos avances estuvieron fundados en más de una oportunidad a esa articulación virtuosa con el Estado. Innumerables ejemplos en el sector industrial sostienen esta idea. Pero tomemos un campo menos evidente: el del sector agropecuario. Un sector que se sustenta, por supuesto, en la calidad de las tierras y las habilidades del gaucho. Además, en la mano férrea del patrón que no permite la distracción de recursos levantándose tarde o mandando a los niños a la escuela. Pero también en la incorporación de insumos cuya fabricación reposa en empresas públicas como YPF. Y, especialmente, en los desarrollos científicos y tecnológicos de instituciones estatales como el INTA, el INTI o el Conicet, cuyo aporte al desarrollo agropecuario han sido capitales.
La diferencia con lo ocurrido en los Estados Unidos es también clara y salta a la vista. Pero no se debe, como recoge la historia tradicional, al dirigismo estatista argentino, sino a la falta de continuidad en las políticas de desarrollo, a una baja coordinación de los organismos estatales con las universidades y las empresas privadas, a la falta de un proyecto integral de desarrollo armónico de las fuerzas productivas.
En última instancia, procesos como el SpaceX nos muestran una interrelación política muy estrecha entre el Estado y las elites. Una interrelación que en Argentina siempre fue socavada por la falta de sentido productivo de largo plazo por parte de los sectores dominantes. La diferencia de miras es clara: mientras Musk quiere llevar a la elite norteamericana a vacacionar en Marte, la elite argentina añora en su cuarentena a su querida Punta del Este.

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