La pandemia provocó una enorme recesión. Sin Embargo, no todos perdieron. ¿Quienes se fortalecieron? ¿Qué futuro nos espera?
En las últimas semanas, mucho se ha debatido sobre el
futuro del capitalismo cuando pase la pandemia de Coronavirus. En foros
virtuales (como el recomendable Social Europe) o en revistas especializadas
como, por caso, la francesa Alternatives Economiques, se multiplican hoy encarnizadas
discusiones. Filósofos, cientistas sociales, futurólogos y chantunes de feria
intentan desentrañar los profundos efectos que la epidemia y las políticas para
combatirla están causando sobre la(s) sociedad(es). En trazos gruesos, las
polémicas tratan de descubrir algunos cambios trascendentales que la epidemia
nos dejará cuando sea sólo un triste recuerdo. Y las interpretaciones no pueden
ser mas disímiles! Algunos creen ver el inicio de un nuevo ciclo revolucionario hacia una sociedad mejor.
Otros, en cambio, ya observan la profundización de los rasgos más cuestionables
y asociales del capitalismo neoliberal, imposibles de domesticar.
La
profusión de argumentos para fundar las apreciaciones contrasta con una
perspectiva mayormente pobre en estructuras analíticas, así como una curiosa
falta de perspectiva histórica. No pretendemos en pocas líneas cubrir ese
vacío, aunque sí dar algunas pistas para un análisis más profundo. Para ello,
es recomendable partir de los fundamentos básicos de las ciencias sociales.
Hace ya mucho tiempo, algunos autores clasicos insistían en que la buena
práctica académica obligaba a distinguir e integrar dos niveles igualmente
relevantes: el desarrollo de las fuerzas productivas y las
relaciones sociales de producción. Del juego entre ambos emana la la dinámica
social. La precisión en esos dos procesos es la que más se echa de menos en los
análisis. ¿Pero cómo influyen en lo que vendrá? Veamos algunas tendencias.
¿Quiénes están ganando?
La mayoría de los gobiernos de los países afectados por la epidemia
reaccionó, con mas o menos radicalidad, de manera similar. Decretaron una
cuarentena, que mantiene funcionando los servicios escenciales y recomienda u
obliga a la mayor parte de la población a permanecer en sus hogares (por
supuesto, cundo los tuvieren). Esto ha provocado una inmediata recesión, una
dramática caida de la producción, un colapso financiero. Las pérdidas
económicas ascienden a cifras incalculables y condenan al colapso de 2008 a ser
reducido a casi una caricatura.
Sin embargo, no todos estan perdiendo. Para algunas empresas, para algunos
sectores, la crisis está resultando una enorme fuente de ganancias y
crecimiento. Piense usted conmigo: ¿donde va la gente cuando llueve? ¿Que hacen
les muchaches cuarentena? En primer lugar, se deprimen un poco. Y recurren a
alguna plataforma online de apoyo sicológico. O se encuentran con sus amigos en
Facebook, TipTop, Zoom, Skype u otra red social. Pero claro, la vida sigue y
hay que limpiar la casa, comer, arreglar el depósito del baño... Como lo mejor
es no salir, pedimos comida con la app de Morfirapp, compramos por internet el
flotante, el líquido para pisos y, ya que estamos, dos camisetas del 8 de
Atlanta, para alegrar a Fantine. Aburridos, invocamos en GoogleChrome el Página,
jugamos al scrabble con alguien de Olavarría y hacemos 23 niveles de Candy Crush.
Y claro, comemos, engordamos, nos da culpa y por suerte en cada página de
internet que abrimos nos aparece una publicidad de bicicletas fijas, que de tan
insistente nos convence de las bondades de hacer deportes frente a la tele.
Repasemos: Google, Amazon, Facebook, Apple... las cada
día más famosas “GAFA” y otras plataformas aledañas o locales!
Los reportes económicos muestran que mientras buena parte de la economía
mundial se hunde, los enormes consorcios de la economía digital trabajan como
nunca. Aunque las cifras no son coincidentes, todos apuntan que desde la
aparición del Coronavirus, las ventas de plataformas como Amazon explotaron. De
Google o de Facebook se sabe menos, porque su negocio es menos visible: la
venta de datos de usuarios y publicidad. Pero como todo el mundo webea, es
claro su avance. Lo mismo ocurre con los delivery de comidas, de medicamentos y
de fantasías a domicilio. También se encuentran bien posicionadas las emeprsas
que admiten home-office. Qienes trabajamos bajo esa modalidad sabemos que
mayormente la jornada de trabajo resulta sutilmente más larga y más intensa que
en la “office-office”.
En un artículo académico reciente, planteaba este escriba algunos
cambios que la economía digital está introduciendo en el mundo del trabajo (para
quien le interese, ver https://www.academia.edu/37171053/Neoliberalismo_y_después_Un_nuevo_modelo_en_formación_Idehesi-UBA_Conicet). Estos cambios no
auguran un futuro mejor. En prieta síntesis, la economía digital impulsa una
creciente precarización del empleo; explotación de trabajo gratuito (cuando
Facebook o Google venden sus datos para campañas publicitarias, es usted mismo
el encargado de cargarlos); explotación creciente de la psiquis; difuminación del
límite entre trabajo y ocio, extendiendo imperceptiblemente la jornada de
tarabajo; descalificación del trabajo creativo. La hipótesis del trabajo es que
nos encontraríamos en un potencial sendero de salida del neoliberalismo, hacia
una variante del capitalismo mucho peor.
Un elemento adicional es, como lo ha bautizado el best-seller de
Shoshana Zuboff, el desarrollo de un capitalismo de vigilancia. Las plataformas
de comunicación, la captura de nuestro datos y hasta la penetración en nuestros
mecanismos de pensamiento, nos someten a una vigilancia cada día más fuerte y
perceptible, que comienza en la publicidad para que consumamos determinado
producto y termina, Cambridge Analytica mediante, en el control político.
No sólo eso. Las plataformas digitales suelen sustentarse en dos
tendencias muy firmes. Por un lado, una perspectiva de ganancas extraordinarias
de corto plazo, al mejor estilo del capital financiero especulativo. Por
elotro, una tendencia a la concenteación monopólica. Un sociólogo alemán,
Philipp Staab, observa que buena parte de las empresas digitales son,
simplemente intermediarias entre el productor de un bien o servicio y el
consumidor. Su carácter monopólico las convierte en el mercado. Es decir, ya no
estamos en una economía en la que el mercado como concepto abstracto (el
martillero walrasiano, diríamos los economistas) arbitra entre empresas y familias.
Esa función es asumida por una empresa-mercado, capaz de imponer sus
condiciones a oferentes y demandantes... y juntarles la cabeza a ambos.
Estas economías de plataforma necesitan individuos fragmentados,
escindidos de la sociedad y anclados al mundo virtual; justo lo que provoca el
aislamiento social! Por ende, no es curioso que los ganadores sean ellos. El problema
es que la nueva situación, aunque temporaria, genera cambios en los
comportamientos sociales, en las relaciones de poder, en la acumulación de
capital y en la matriz de negocios que consolida el modelo en ciernes.
Las contradicciones de nuestro tiempo
El nuevo desarrollo de las fuerzas productivas tiene,
como vemos, un impactoeconómico- social claramente negativo. Una parte de la trama
de relaciones se vuelve cada día más favorable a un pequeño grupo de
conglomerados. Grupos que tienen, además débiles vínculos territoriales. En
general, su presencia etérea les permite, por un lado, escapar a muchas
regulaciones nacionales, especialmente en campos como el laboral o en el manejo
de datos e información. Por otra parte, también les facilita la elusión de las
cargas impositivas. Por eso, el panorama de ganadores y perdedores con la
crisis sanitaria también golpea a los estados en su capacidad de recaudación.
¿Pero entonces no quedan ya esperanzas? En general, el
mundo nunca es tan lineal. La correlación de furzas se está desequilibrando,
por supuesto. Pero también surgen algunos contrapoderes. Quienes ven el
tránsito hacia un mundo mejor insisten en que la crisis impulsó una
recuperación parcial de las funciones del Estado, que se venían deshilachando
desde hace décadas. En la emergencia, los sistemas sanitarios privados no
pudieron reaccionar adecuadamente y la atención y prevención quedó a cargo de
los Estados. También descubrió el velo sobre los grupos más vulnerables de la
población que, curiosamente, eran muchisisisisimo más grandes de lo que los
formadores de opinión pública contaban, incluso en los países más
desarrollados. Los estados debieron también actuar para evitar una crisis
social sin precedentes. Los sistemas de investigación científica y tecnológica
pública resultan una pieza clave: cómo manejar una epidemia desde el punto de
vista médico-sanitaro, pero también como sostener psiquica y socialmente a
grandes grupos de personas en cuarentena (las ciencias sociales tenían una
utilidad a fin de cuentas!); cómo reorganizar los sistemas educativos de manera
virtual; etc.
Una conclusión clara es que los sistemas coordinados y
organizados por el sector público, el llamado “Estado de bienestar” regresó en
términos de acción y en términosde consenso. Pocas voces se animan hoy a
denostarlo como un actor central en la estructuración y el sostenimiento de las
sociedades. En ese contexto, se puede formular la pregunta que quienes analizan
críticamente los avances de una digitalización a ultranza se vienen haciendo
desde hace tiempo: ¿cómo regular a los conglomerados digitales? Algunos de los
campos que necesitan regulación están claros en las líneas precedentes: una
regulación de las relaciones/condiciones laborales; una carga impositiva
similar a la del resto de la sociedad; control en el manejo de los datos y la
información, incluyendo aspectos vinculados a la seguridad; control del abuso de
posiciones monopólicas u oligopólicas; control de normas sanitarias, incluyendo
en cuidado de la psiquis; regulacion de los flujos comerciales bajo normativas
nacionales, cuidado del medio-ambiente y de las necesidades emergentes de
políticas del desarrollo. La lista, claro, no se agota allí.
Lo que se clarifica con el impacto del coronavirus es,
pues, la exisitencia y profundización de un campo de tensión entre la dinámica técnica-económica,
por un lado, y las necesidades y el desarrollo social por el otro. El tamaño y
la difuminación de la presencia geográfica de uno de los polos en pugna pone en
el centro, además, la cuestión de las relaciones internacionales. Difícilmente
un país pueda moverle el amperímetro a los consorcios digitales. Una regulación
efectiva sólo es posible a partir de acuerdos mínimos entre estados a nivel
regional y mundial. Esos acuerdos deberían articular las necesidades y las
recuperadas atribuciones de los estados, una perspectiva internacional más
consistente con el desarrollo social y la competencia que aún persiste en el
campo de la digitalización. Tomemos como ejemplo el comercio digital: la firma
norteamericana Amazon, por ejemplo, no está sólo en este mundo. Otros conglomerados,
como la china Alibaba, le disputan la presencia territorial. La competencia es
diferente a la de los manuales, igual que el rol que en ella juegan los
Estados. Pero deja espacios para regularla.
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